La temporada que viene, ya sea en Segunda B o en la categoría de plata de nuestro fútbol, se antoja sombría, tensa, batallada y de una austeridad hiriente a todos los niveles de un club como el Real Mallorca.
Los socios del Mallorca escucharemos por la megafonía de Son Moix: “¡Bienvenidos a los sexagésimos Juegos del Hambre…!” Desgranemos la situación y, dibujemos en nuestra imaginación, el posible escenario de una película a caballo entre el drama y la tragicomedia. Donde, venidos de aquí y allá, veamos a los elegidos que nos representarán en una segunda temporada en el infierno. (No he puesto por la TV, porque eso merece otro artículo). Cruzaremos los dedos, con el transistor en la mano cuan rosario; veremos caer uno tras otro a los poderosos, nos aprenderemos nombres de jugadores y campos de fútbol que jamás habíamos oído. Serán años de sequía: sin Gios, sin Eto’os, sin Güizas, … Será el turno de ver crecer a Brandon, Abdon, Cedric, Cristeto, Yeray, Uche, One, Asensio, …
Pero desde RCDM.es siempre queremos invitaros a hacer una lectura positiva (siempre que la haya); y sí, en este caso, no será menos.
El Mallorca está entrando en una durísima, pero sana metamorfosis. Ha entrado en la pubertad de un adolescente; en la eclosión del huevo “d’un rupit”. El mallorquinismo vive una cruda cura de valores y honestidad. El equipo se tiene que volver a cimentar, tiene que hacerse nuevo desde dentro. La desmedida llevó a Vicente Grande, Mingarro y Serra, a exprimir las ubres de una vaca endiosada. Los años dorados no están para olvidarlos. No. No estamos mal acostumbrados: es bueno rememorar lo bueno que vimos y lloramos; lo que sería tóxico es acostumbrarnos a esta mediocridad que atravesamos gracias a un inepto Despropósito de Administración (mal llamado “Consejo de…”)
Pero señores, como diría aquél: “No se puede vivir del recuerdo, ni vivir sin recordar”.
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